jueves, 1 de marzo de 2012

Vuelta por el Priorato

Si en casa hay poca hierba, autonomía de leña, y la salud general es potable, me es muy fácil conseguir de mis padres el bono-bici. Como se acabó la entrada de viento de Siberia y la previsión era de tiempo seco y soleado para unos cuantos días, pues lo mejor era ir a dar una vuelta, que la semana que viene nunca se sabe si podrá ser. Si encima ya he acabado de montar la bici nueva, a ver quién es capaz de retenerme.

He ido a la comarca del Priorat y comarcas colindantes, zonas que más o menos ya conocía, pero simplemente quería profundizar un poco, o más bien ver si las cosas habían cambiado. Esta vez he realizado un barrido bastante bueno a la comarca. A continuación incluyo el listado de los núcleos atravesados durante cada jornada, que es la única manera que conozco para identificar aproximadamente el recorrido y hacer honor a la toponimia de los lugares por los que paso y acampo.

22/02/2012: Hospitalet de l'Infant; Miami Platja; Mont-Roig; Colldejou; la Pobla de Fontaubella; Marçà; Capçanes
23/02/2012: Capçanes; el Masroig; el Molar; Bellmunt; Falset; Gratallops; Torroja; Escaladei; la Morera
24/02/2012: la Morera; Cornudella; Arbolí; la Mussara; la Febró; Prades; Vilanova de Prades; Ulldemolins; Santa Magdalena
25/02/2012: Ulldemolins; Albarca; Cornudella; Poboleda; Escaladei; la Vilella Baixa; Cabacés; la Bisbal; la Palma d'Ebre
26/02/2012: Bovera; la Granadella; Llardecans; Sarroca; Sunyer; Alfés; Aspa; el Cogul; Granyena; el Soleràs; els Torms
27/02/2012: Bellaguarda; la Pobla de Cérvoles; el Vilosell; Vallclara; Riudabella; Poblet; l'Espluga de Francolí; Blancafort; Solivella
28/02/2012: Sarral; Cabra; Figuerola; el Pla de Santa Maria; Vila-rodona; Montferri; Masllorenç; Masarbonès; les Peces; el Vendrell




Ermita de Santa Magdalena


En Gratallops

Gotarra

Si descontamos los intereses bancarios a mi favor, hasta el último céntimo que hay en mi bolsa de ahorros procede de estudios y trabajos relacionados de una manera o otra con ríos y rieras. Por tanto, yo que soy agradecido, es totalmente lógico que mis bicicletas, financiadas con ese dinero, reciban nombres de ríos o rieras.

La Gotarra es un río o riera cuya cabecera se encuentra en las montañas que hay cerca de la costa catalana entre Tossa y Sant Feliu de Guíxols (el macizo de Cadiretes). Después se dirige hacia el norte, recogiendo prácticamente toda el agua que se genera en la vertiente sur-oeste de las montañas de la Gavarra o Gavarres. Tiene un nombre un poco rústico, incluso rudo. En realidad, es un río o riera como cualquier otro del país, entrañable para el lugareño pero poco espectacular y inadvertido para el forastero, aunque de vez en cuando se desborda, causa algún quebradero de cabeza y hasta puede aparecer en los periódicos.

Hay una norma no escrita que dice que cuando dos ríos se juntan el menor pierde el nombre en beneficio del mayor, a menos que de los dos surja un nombre nuevo, aunque también podría admitirse una particular excepción si el río pequeño tuviese algún elemento muy emblemático. Pues bien, a la altura de Riudellots, aunque la Gotarra aporta más caudal y tiene una superficie del doble de la cuenca de su vecino Onyar, pierde el nombre y deja que sea el otro el que se lleve la fama, entre otras cosas porque ha hecho construir muchos puentes en la ciudad de Girona y de vez en cuando causa alguna inundación (más gracias a la Gotarra que al Onyar en sí mismo). Pero ni las montañas de donde procede el Onyar son más altas ni exuberantes que en la Gotarra, ni se pueden encontrar surgencias ni cascadas espectaculares en su cabecera.

Se trata, por tanto, de una injusticia de reconocimiento. Es inútil querer conocer su causa histórica, se pierde en la noche de los tiempos, y tampoco cambiaría nada. Pero es importante tener presentes estas cosas, se empieza con pequeñas mentiras, después la pelota se va haciendo grande y se acaba asintiendo que todo es mentira. Y sería un error ver algo personal en esta sensibilidad hacía este tema, puesto que creo tener exactamente lo que merezco, incluso más. Simplemente creo que las injusticias de reconocimiento conducen a la desmotivación, y son un freno grave para el progreso técnico y humano.

Mi nueva bicicleta se llama Gotarra. Porque tiene un nombre rústico que transmite perdurabilidad. Porque la Gotarra lleva parte de las Gavarres, y por afinidad sonora, también de la Gavarresa. Y porque no nos gustan las injusticias de reconocimiento y ella será su abanderada.

Se trata de un cuadro de acero con una transmisión, manillar y portaequipages delantero totalmente nuevos. El resto procede de Gavarresa, la otra bicicleta. Lo que un buen profesional hubiese montado en unas 3 horas, yo he dedicado 3 o 4 jornadas, deslomado pero satisfecho. Y para no cometer una injusticia de reconocimiento, diré que sin la ayuda de mi hermano y su taller industrial, ni enchufaba la dirección, ni tampoco solucionaba el curioso problema del tope del cable de cambio que tiene el caprichoso cuadro surly.




Maese Pollo

Últimamente me da mucha pereza planear la ruta. Más o menos sé por donde ir, y una vez en marcha mi cabeza piensa con cierta claridad, todo va saliendo rodado. Pero empezar es una cosa que se decide en casa, se me hace muy difícil. Por donde empiezo? Acercarme en coche no me gusta, pero ir en tren tampoco es cómodo, cada día cuesta más acceder al tren o al mismo andén. Así que, si puedo, intento dotar el origen de una excusa, que puede ser tan tonta como que exista bodega para ir tranquilo el resto del viaje.

En este caso se me ocurrió una idea. Empezar en la Florida catalana, Miami Playa, donde reside el pollo Cándido, y así podría conocer el primer forero fuera del espacio dual (o virtual). Seguro que tiene un momento para darme ánimos, pensé. Y allí estaba él, quizás con más curiosidad que yo.

Me lo pasé muy bien. Y como suele suceder en estos encuentros entre apasionados por las bicis, la mía recibió una gran atención. Cándido realizó un examen muy minucioso y me llamó pijo varias veces. Así que doy por sentado que la bici le gustó y tengo el aprobado. Claro que me indicó que el freno estaba mal ajustado, y también me riño cuando observó que me había olvidado el casco. Así que ni sobresaliente, ni cum laude, ni pata negra ni nada. Un aprobado justito. Y es que ya se sabe: cuando el gallo canta, el gorrión escucha.




Shangri-la

El Priorat es una comarca cerrada por montañas en prácticamente los cuatro costados. En su interior también es muy abrupto, y está culminado por la imponente sierra del Montsant. Se diría que es una de las comarcas catalanas más claramente identificables y que su definición deja lugar a pocos equívocos, las tierras que son drenadas por los ríos Siurana y Montsant. También se diría que es la comarca que con su carácter ha aportado más al imaginario colectivo tradicional de Cataluña. Aunque, para que no se enfaden los de otras comarcas afectadas por el patriotismo local, matizaré que es la comarca que más ha aportado al conjunto por unidad de habitante, puesto que se trata de una comarca donde habita normalmente muy poca gente.

Se trata de un país escondido detrás de altas montañas, donde impera la esencia de las cosas y de las personas, y con un trasfondo místico proporcionado por la cartuja de Escaladei y por la sierra del Montsant. Sin duda, es el Shangri-la catalán.

La comarca siempre ha sido muy apreciada por su producción de vino, también de aceite, pero sobretodo de vino. Parece ser que el tipo de tierra, en conjunción con muchas horas de sol, lluvia moderada y ambiente fresco producen una uva con alta concentración de azúcar, la cual cosa se traduce en vinos poderosos. Si bien tradicionalmente el ser poderoso se confundía con ser un vino fuerte, sólo apto para personas curtidas, hoy día se ha ido canalizando ese poderío hacia otras dimensiones más pasables. Al menos eso es lo que dicen los expertos vinícolas, puesto que yo soy poco dado a apreciar diferencias en los vinos medianamente buenos (que son los jóvenes o cosecheros), y si a veces soy muy crítico en ciertos aspectos, en el vino soy muy fácil de convencer.

En los últimos 20 o 30 años se ha venido dando un cambio fundamental en la comarca. Algunos soñadores y aventureros vieron la potencialidad que ofrecía esta zona para sacar un tipo de vino muy especial y de gran calidad. Se ha producido una gran revalorización del suelo en la zona que entra dentro de la denominación de origen, definida por el tipo de suelo. Hay que decir que muchas poblaciones de la comarca caen fuera de esa denominación de origen, y se agrupan en otro nombre. Poco a poco, la zona ha cobrado un toque chic, y en paralelo, han ido apareciendo hotelitos rurales, agrotiendas con ornamentación lujosa, restaurantes de grandes platos fantasía, etc. El ambiente urbano va imponiendo su huella, pero si se toma la precaución de viajar fuera del fin de semana, se nota muy poco.

Todo esto también tiene su traducción en el paisaje agrícola. A diferencia de lo que ocurre en otras comarcas, el Priorat puede alardear de seguir sacando provecho de sus laderas montañosas en prácticamente toda su vertical. Todavía quedan parcelas sin aprovechar (todavía se reconocen los antiguos bancales), pero cada vez son menos. Ya no se usan mulas para labrar, y los nuevos tiempos han llevado a reorientar el método de explotación de las laderas en gran pendiente, con una tendencia a aumentar el ancho de cada bancal para que pueda pasar un tractor pequeño. Poéticamente no es lo mejor que podía pasar, pero en general el tono no es impactante ni desagradable. Ahora bien, a veces el afán de lucro o el miedo a arruinarse (que son las dos caras de la misma moneda) ha llevado a hacer verdaderas animaladas, y los viñedos parecen más bien minas a cielo abierto. Y es que, con una simple ojeada, es bastante fácil deducir si el viñedo de montaña corresponde a una explotación de tipo familiar, o si responde a una organización más compleja con inversores forasteros.

Por lo que he podido deducir, si se dispone de un buen viñedo es relativamente fácil conseguir los permisos urbanísticos para construir edificaciones para procesar y almacenar el vino. Aquí también impera el imaginario urbanita, impuesto por arquitectos iluminados (y no precisamente por el Montsant). Hay mucha variedad, edificaciones que parecen chalets de fin de semana, otros son bloques de hormigón minimalista, en otros se observa un aire faraónico, y hasta los hay de tipo alpino integrado en los que sólo falta la cabrita en el tejado. La arquitectura de diseño cree poder competir con las laderas agrícolas en la formación del paisaje.

Las carreteras son también un elemento distintivo del Priorat. No son muy anchas, hay infinidad de curvas y largos rodeos. Todavía quedan muchas así. Pero va cambiando, desde los últimos 20 años hemos asistido a la moda de la rectificación, total, para agarrar unos pocos minutos a un tiempo de recorrido que a la hora de la verdad continua siendo largo. Cada vez que se rectifica una curva de una carretera, la curva vieja queda en desuso, y pienso que se pierde una parte importante del patrimonio territorial. Eso me irrita, pero lo peor, lo que me afecta de verdad, es que con la rectificación las pendientes que de por sí ya son fuertes en la comarca, localmente se incrementan todavía más.

Finalmente, los pueblos son la otra esencia del Priorat. Falset es la capital, pero no es más que un pueblo grande. El resto son pueblos medianos o pequeños pero dotados de una concentración básica de actividad y normalmente con cooperativa agrícola. Son pueblos acogedores, en muchas ocasiones con fuente de verdad, aunque para moverse en bici no son de lo más indicado. Lo mejor es aparcarla y recorrer el pueblo a pie. Y si hay que hablar con alguien, es necesario adoptar una postura adecuada para no perder la estabilidad: el cuerpo de lado, mirando más bien hacía arriba, y un pie más alto que el otro, doblando la pierna delantera y estirando al máximo la trasera. No cuesta mucho, sólo hay que mirar de imitar a los vecinos.



Cerca de Poboleda


Cerca de Bellmunt
  
Cerca de Gratallops

Gratallops

Cerca de Torroja

Cerca de la Vilella Alta

El termómetro invertido

Para mí, existen 3 tipos de fuentes: 1) la fuente que no da agua; 2) la fuente con agua del sistema; 3) la fuente que brolla siempre o hay un tapón. Para mi esta última es la única digna de llamarse fuente, y a menos que haya un letrero que diga que esa agua está contaminada y está prohibido beber, lleno todas mis botellas allí. Cualquier otra indicación significa que el agua que voy a beber es de gran calidad.


Fuente de Arbolí
En la fuente del collado de Colldejou (el coll Roig) había un ciclista repostando un poco de agua. Gracias a él vi la fuente, poco reconocible. Caramba, había un pequeño carámbano, y me asuste un poco, así que le pregunté: no hace mucho frío por aquí, de noche, verdad? Hombre, sí que hace frío. Y tanto que hace frío. Y sobretodo no vayas a dormir más abajo de Falset, hay inversión térmica y a partir de allí baja mucho bajo cero. Pues sí que vamos bien! Yo había oido hablar de eso de la inversión, acontece en los valles, normalmente en situación de altas presiones, al aire frío del fondo le cuesta escapar. También lo relacionaba con alta humedad y nieblas en los fondales, que cuando bajamos de cero produce la temible escarcha. Temeroso, insistí: debe haber mucha humedad en el valle, supongo. No, respondió, el ambiente es muy seco, el fenómeno se debe a la convección.

Vaya! Pues no me sale el hombre con un tecnicismo? Y eso de la convección, por sí sola, ya explica el fenómeno? Nos despedimos cordialmente, aunque yo estaba un poco mosqueado. Ese ciclista me había dado un consejo, y yo tengo un ligero defecto, y es que no acepto consejos (aunque los voy dando a diestra y siniestra). Yo no estaba nada convencido. Debía comprobar por mí mismo cuan cierto era eso de la inversión térmica.

Así que me fui a dormir a Capçanes, todo bajada, hasta los 200 m de altitud. No hacía mucho frío, pero el sol se escondió y hubo que ponerse toda la ropa. Hacia las 8 ya estabamos a 0 grados y me vino el aviso, ese escalofrío que me indica que tengo que entrar en la tienda, no sin antes tomar un último vasito de vino dulce. Por la mañana la temperatura era de unos 5 bajo cero, pero todo seco, nada de escarcha. Caray, todavía llevará razón el ciclista.

Sólo quedaba realizar una segunda comprobación. A la siguiente noche todo se organizó para ir a dormir cerca de la Morera, a los pies de la sierra del Montsant, a 700 m de altitud. El sol se marchó y la temperatura descendió un poco, pero de repente se estancó alrededor de los 8 grados. Hacía un viento ligero pero seco y saludable. Dieron las 9 y todavía se estaba la mar de bien, me fui a la tienda a dormir porque ya no sabía como ponerme y ya había bebido más de la cuenta.

He de admitir que es un error ser desconfiado con el conocimiento local, y que todo me iría mejor si fuese un poco más permeable. Y si algún día tengo hijos o nietos, les contaré que no es necesario entender las cosas para disfrutarlas, y que el abuelo un día se fue al Priorat a experimentar la inversión térmica. Les diré que se trata de un fenómeno de la naturaleza gracias al cual se puede estar en las alturas de las montañas y gozar de una agradable velada, pudiendo ir a dormir muy tarde en la noche.
 
Capçanes

La Morera de Montsant

La propiedad terrenal

Hubo un tiempo en que creía que mi misión en la vida era enraizar. Esto se traducía, entre otras cosas, en poseer una casita. Como a mí únicamente me gustan las casas con huerto o con posibilidad de construirlo, la cosa se encarecía todavía más. Había que llegar a una deuda con el banco, y intuía que eso me llevaría a tener que ser más dócil con los jefes, los clientes, con prácticamente todo el mundo. El asunto me angustiaba un poco, pero tampoco me quitaba el sueño, ya que considero que estar convenientemente domesticado es un elemento básico para ser feliz. El problema principal estaba en eso del enraizamiento, en afirmar donde quería habitar por mucho tiempo, equivalía a comprometerme y afirmar quien era yo. Me vino vértigo.


Así pues, mi pasión por viajar en bici nace de un miedo (el miedo al compromiso). Y por más que viajo, ese miedo no se me quita, al contrario, se intensifica. Se trata de una batalla perdida, y no hay que darle más vueltas. Lo que sucede es que el hecho de no poseer tierra, una finca, me produce un gran vacío en mi interior. Hay una tipo de mentalidad que dice que hay que poseer poco para que los demás puedan poseer su parcela. También se dice que lo importante es poseer el reino de los cielos. Habladurías, cuentos chinos. Yo tengo un gran impulso interior que me lleva a poseer tierra, tal cual hacían los burgueses y nuevos ricos para parecer aristócratas. A medida que poseo más y más tierra, el mundo es un poquito más mío. Y eso me llena, así estoy contento. Tampoco necesito toda la tierra, sólo necesito pequeñas fincas, a medida que las necesito para descansar por la noche.


Por eso, yo, cuando acampo en un campo, éste ha estado previamente seleccionado (dentro de las posibilidades), y una vez dentro me lo miro con ojos de propietario. Si considero que el campo no está bien llevado, critico y riño simbólicamente al propietario legal y le digo que es un dejado, un desastre y que no es merecedor de ese estatus. Si considero que el campo es bueno, rendible, integrado en el entorno y además resulta cómodo para acampar, pienso que el propietario es una gran persona.


Yo considero que la propiedad pública no tiene demasiado futuro. Soy de los que piensan que las cosas se cuidan y se aprovechan más si te pertenecen. En el caso que nos ocupa, existe un propietario o usuario de día, que trabaja la tierra, aplica ciertas técnicas y espera sus frutos. Y existe un propietario nocturno, ocasional, discreto y agradecido. Este último propietario deja la tierra prácticamente como la ha encontrado, y no es celoso de su propiedad, no le importa compartir. De hecho, al día siguiente podría venir otro campista y entrar a formar parte de la comunidad de propietarios.


Alguna vez, aunque muy infrecuentemente, a primera hora de la mañana coinciden la parte legal y la parte romántica de la propiedad. Se conocen y se reconocen. La sorpresa es manifiesta, aunque por una parte mucho más que por la otra. El propietario legal, al principio un poco inseguro, se preocupa en dejar clara su condición: yo soy el propietario de esta tierra. Mientras dice esto se crece un poco, diría que hasta levita, y su rostro enrojece, emocionado por lo que acaba de decir. Entonces, antes de que le aparezca la primera lágrima, hay que actuar rápido. Este campo es precioso, el mejor que encontré, y se duerme muy bien, que yo digo. Esto gratifica enormemente al propietario, le viene a decir que un forastero, una persona imparcial, ha preferido su finca a la de sus vecinos. Uno de fuera le está diciendo que él es un buen propietario.


Lo que pasa es que yo no soy imparcial. Desde el momento que he acampado esa noche, ese campo también me pertenece. Aunque el propietario legal no lo sabe, somos socios de por vida.



Cerca de la Morera de Montsant



Cerca de la Palma d'Ebre

domingo, 5 de febrero de 2012

Gavarresa en Almería

Con Gavarresa (mi bici), he hecho un viaje por Almería y provincias colindantes, y aquí explico cómo me ha ido. He hecho este viaje porque hacía más de dos meses que no viajaba, y como viajar en bici es para mí una necesidad básica que hay que satisfacer de tanto en tanto, pues ya me subía por las paredes y en casa estaba un poco inaguantable.

No tenía un especial interés en esta zona. A mí me vale cualquier lugar donde se practique mínimamente la agricultura tradicional, no demasiado mecanizada. Y por aquí seguro que algo hay, pensé. En realidad, yo que soy más bien friolero, mi objetivo principal era ir hacia el sur para ver si agarraba unos minutos de claridad (suceso seguro) y también unos grados centígrados (sólo probable). Así que, pensando que mi saco no daba la talla cuando me acercaba a 0 grados, me estiré un poco y adquirí un saco de competición, y para allí me fui.

Soy un artista de las excusas. Preferiría haber ido en tren, pero era complicadillo. Ir en coche es más cómodo, si éste consume poco como el mío sólo es un pelín más caro, y si además hay que hacerle varios km cada dos semanas porque si no se gasta la batería, pues ya queda completamente justificado.

Foto: Sax, punto de partida

La ruta

No planifico mucho. En relación a la media, diría que planifico más bien poco. Esto tiene un origen empírico: no soporto que nadie (ni yo mismo) me marque lo que tengo que hacer el día siguiente. Así que sobre un mapa y a partir de mi intuición elaboro una ruta orientativa, que posteriormente valido a partir de un cómputo aproximado de los km a recorrer. Más tarde, sobre el terreno, hago y deshago a mi antojo.
 
La idea era empezar en el interior de Alicante, después cruzar por el interior de Murcia hasta la costa de Almería, para irla reseguiendo y entretenerme un poco por el Cabo de Gata. Después iría hacia el interior de Almería, para ir volviendo por el interior, sin saber por donde, pero no muy adentro que igual hacía frío.

Resumo el itinerario final para que los del país reconozcan los lugares por los que he pasado:
21/01/2012:    Sax; Salinas; el Hondón; la Romana; la Algueña; Cantón; Abanilla
22/01/2012:    Fortuna; Archena; Mula; Pliego; el Berro
23/01/2012:    Sierra Espuña; Aledo; Lorca
24/01/2012:    Altobordo; Pulpí; San Juan de los Terreros; Villaricos; Garrucha; Mojácar; Agua de Enmedio
25/01/2012:    Sopalmo; Carboneras; Agua Amarga; Fernán Pérez; Rodalquilar; San José
26/01/2012:    Genoveses; Cabo de Gata; Ruescas; Níjar; Lucainena
27/01/2012:    Turrillas; Uleila del Campo; Cantoria
28/01/2012:    Partaloa; Oria; Cúllar Baza; Benamaurel
29/01/2012:    Las Almontaras; Fátima; Duda; la Losa; Santiago de la Espada
30/01/2012:    Las Juntas; Parolis; la Donar; Yeste; Casas del Pino; Letur
31/01/2012:    Socovos; Tazona; Calasparra; Cieza; el Boquerón
01/02/2012:    La Zarza; el Pinós; Elda; Sax

Tiempo seco y soleado

Debo reconocer que he tenido buen tiempo. Aunque los hombres del tiempo siempre nos recuerdan que esto del buen tiempo es relativo y que nunca llueve a gusto de todos, y por tanto se debe decir tiempo estable, que en nuestro caso suele coincidir con que el anticiclón se sitúa encima de las Azores, y se concreta en tiempo seco y soleado. Pero yo me encuentro dentro del grupo de afectados por el buen tiempo: me aburre, me resulta monótono, prefiero el tiempo nublado, mejor si es lluvioso. Hay que ver como castiga el sol en estas tierras del sur, en el mismísimo mes de enero. Me olvidé el sombrero en casa, y por suerte pude comprar otro. El sol me deja atontado, me impide pensar con un mínimo de claridad. Después digo tonterías a la gente, desaparece el más mínimo temple emocional, no sé contar el dinero en el supermercado, me olvido las cosas. Para mí, el sol es un pesado que se empeña en estar por encima de mí todo el santo día, y yo soy demasiado orgulloso para aceptarlo. Si en la última guerra me hubiese tocado luchar en el bando nacional, hubiese desertado, no por ideología, sino porque no aguanto más de un minuto cara al sol.

Últimamente me estoy aficionando a los paisajes áridos, y ya he hecho varias incursiones en la provincia de Teruel. Hay quien ve mucha belleza en estos paisajes. Yo reconozco que me cuestan un poco, he crecido y he sido educado en un lugar donde aridez quedaba automáticamente asociada a miseria, y esto cuesta de cambiar. Para mí, Murcia y Almería son países ciertamente áridos. Pero he de admitir que los paisajes áridos se muestran tal como son, simples y desnudos, no tienen nada que esconder, y se puede aprender mucho de ellos, yo el primero.

Así que una vez en Cabo de Gata, no me supuso ningún problema enfocar la mirada hacia el norte y darle la espalda al sol. Además, hay un factor añadido. Yo estoy anclado en el pasado, cuando los románticos de finales del siglo XIX mitificaban la montaña, donde habitaba el hombre puro, el pastor, mientras los del llano eran mercaderes con nariz afilada y campesinos pobres de espíritu. En realidad, la dialéctica se encontraba más bien entre el campo y la ciudad, y por eso yo hago mi película particular, mi distinción se realiza entre la costa, la extensión vacacional y pensionística de la ciudad (con discotecas y chiringuitos de todo tipo) y las tierras del interior, el mundo esencialmente rural. Claro que también distingo entre el regadío (con propietarios con cara de pocos amigos y muchos emigrantes acojonados) y el secano, donde habitan hombres y mujeres tenaces y sacrificados, enraizados en la tierra. Toda una teoría, que aunque sé que no es cierta, todavía no he podido verificar su falsedad, y me gusta que siga siendo la base con la que enfocar mis viajes.
 
Poco a poco me fui adentrando en el interior. Y no me defraudó. Ya a partir de Níjar todo era de un rural más amable y las carreteras eran muy tranquilas. Y a partir de Partaloa la atmósfera se fue haciendo más y más nítida. En Oria ya me sentía del todo confortable. En contrapartida, el ambiente se enfrió. Benamaurel me gustó mucho, y a partir de ahí traspasé uno de los lugares más bonitos en los que he estado nunca. Se trata de un plano inclinado con ondulaciones, situado entre el monte Javalcón y las sierras del norte. Es un terreno yesoso, poco fértil y más bien árido, pero de una belleza exquisita. Me lo hice venir bien para pasar la noche allá enmedio. Al día siguiente la visibilidad era inmejorable, y en la lejanía se divisaba una montaña muy singular: Monte Sagra, decía el mapa. Caramba, debería cruzar por ahí, debe ser muy bonito. Así que me pasé buena parte del día viendo el Monte Sagra por los cuatro costados, empezó a soplar un vientecillo bueno del norte, y el ambiente se enfrió todavía un poquito más. Luego vino la bajada del cañón del río Zumeta (que tiene poco que envidiar al río Tarn), y poco a poco fui de vuelta a las tierras bajas de Murcia, donde el ambiente volvió a caldearse y el sol volvió a pegar de valiente.
Foto: Monte Javalcón
Foto: Monte Sagra

El día a día

Mis viajes son muy simples. Son de una tal simplicidad que hay que ser un verdadero sinvergüenza, más que un desvergonzado, para contarlo.

Todo empieza por la mañana, después de haber dormido mucho. Que se entienda, no me considero gandul, sólo pienso que el despertador es uno de los peores enemigos de la salud. Pero en estas épocas del año se puede dormir lo que el cuerpo pide, y al mismo tiempo madrugar. Así que he podido observar la salida del sol a diario. Eso me hace sentir bien, dicen los muy entendidos que eso carga de energías positivas. En realidad, me siento bien porque me permite pensar que no soy un dormilón.

Después de una serie de actividades cotidianas, la tienda esta empaquetada y la bici cargada, lista para partir. Nunca desayuno entonces, tengo poca hambre y hace fresco. Es mejor pedalear un ratito sin comer para entrar en calor y quemar el exceso de calorías del día anterior, digamos una hora, quizás dos, a veces tres. Llego a un pueblo acogedor y me paro, ciertamente con hambre. Como bastante fuerte, pan con mantequilla, mermelada, queso y después unos yogures. Tras un paseo por el pueblo vuelvo a pedalear un ratito, parando de vez en cuando, un par de horas más, quizás tres. Con la broma han dado las dos y media, normalmente las tres del horario oficial.

Vuelvo a tener hambre. Si el pueblo es acogedor pienso que es el momento de hacer una ensalada completa. Para ello hay que encontrar un lugar para sentarse y una fuente. Hay veces que no encuentro fuente, o que existe fuente pero no da agua. Entonces me pongo de mal humor, y antes de empezar a decir pestes del pueblo, me voy para el siguiente.

Mi estrategia consiste en sentarme en la plaza del pueblo, si puede ser poco accesible a los coches pero concurrida por sus habitantes. Mi aspecto, con cara de cansado y el pelo enmarañado, no es precisamente muy risueño, pero tengo la esperanza de atraer al lugareño para charlar de cualquier cosa, banalidades. Este método, si bien da sus efectos, tampoco es del todo satisfactorio. Normalmente sólo se acercan a mi algunos chiquillos, para curiosear, y también algún abuelo, al que he usurpado el único banco con sombra. Claro que esto no debería extrañarme, puesto que en casa siempre me dicen que soy como un niño con esto de la bici; excepto cuando me quejo un poco, entonces soy un cascarrabias, como un viejo. Pero esto de comer de lo que llevo es tan sólo mi ideal. Después llegan los días que llueve, que hace frío, y yo soy un fundamentalista muy flojucho, un vegetariano al que le tienta la carne, y también entro en bares y restaurantes. A veces, incluso constato que se come bien.

Tras la comida llega el mejor momento del día. El sol está bastante bajo, no molesta, el aire es fresco, y yo ya no observo el paisaje desde una perspectiva poética, lo observo de un modo mucho más materialista. Viendo como es el territorio que voy a atravesar, tengo que pensar cual será el mejor sitio para acampar: Arriba en el collado? Abajo en el valle? Ya iremos viendo.

Una vez la tienda está montada, no queda mucha luz. Yo ya tengo una edad, y siempre llevo conmigo una silla trípode que me permite relajar las piernas mientras paso el rato. Como no hace mucho tiempo que he comido, y total, por lo que he trabajado durante el día, mi cena consiste en unas avellanas o un trozo de pan con queso. Pero eso cuesta de pasar, y no hay nada mejor que un vaso de vino, que además me hidrata del sol recibido a lo largo del día. Unas galletas se comen sin hambre, pero se necesita otro vaso de vino. Después hay que tomar el postre. Yo siempre llevo alguna golosina, un poco de chocolate negro. Para eso va muy bien tomar algo de licor, maceración de hierbas o de bayas. En este viaje, con la proximidad de la navidad, vi en casa una botellita de whisky extraviada que puse a buen recaudo dentro de las alforjas. Un vasito reconforta el organismo y, ni que decir tiene, también el espíritu. Así va pasando el tiempo, es noche cerrada pero nunca son más de las ocho de la tarde, y uno piensa en lo bonito que es vivir y todas esas cosas. De repente viene como un escalofrío. Uno lleva encima toda la ropa de que dispone, y aunque no hace un frío glacial, hay un poco de humedad y empieza a calar. Entonces, antes de entrar a la tienda, es preferible tomar otro vasito de licor, va mucho mejor.

Una vez dentro del saco leo un poco, enciendo el teléfono un minuto: todo bien, sí sí, no, no hace frío. Y a dormir un buen rato.

Foto: Descanso en Yeste

El pensionista

En el Cabo de Gata me he topado con muchos pensionistas del norte, ingleses, daneses, franceses, etc. No me sorprende nada, el tiempo seco y soleado, sin apenas viento, en pleno invierno, es un fuerte reclamo. Yo mismo he ido hacia el sur. Para las poblaciones bienestantes, realizar este tipo de emigración es del todo natural, y por tanto legítimo.

De estos pensionistas, a mí me interesa uno en concreto. Se trata del que viaja en caravana, normalmente en pareja y con dos bicicletas en la parte trasera. En realidad, tenemos una actitud vital muy parecida, hemos decidido invertir buena parte del tiempo que nos queda viajando con la casa a cuestas. Frecuentemente nuestros pensamientos están enfocados a encontrar un lugar tranquilo y agradable para pasar el día o la noche. Cuando nos encontramos, la complicidad mutua es manifiesta, mucho más que con la mayoría de ciclistas que me encuentro. Realmente este tipo de jubilado y yo nos parecemos mucho, aunque hay unas ligeras diferencias: donde dice caravana superequipada con cocina y calefacción (los geranios son un plus), debe decir bicicleta equipada (a secas); donde dice pensión, ha de decir bolsa de ahorros en franco declive; y donde dice viajar en pareja, es mejor no decir nada.


La postal

He estado en lugares bonitos, otros más vulgares. Pero la postal del viaje, la imagen que realmente me ha impactado, es de esas que desprenden carácter. Se trata de la montaña de Cóbdar, realizada artesanalmente a fuerza de años con el esfuerzo de los habitantes de ese pueblo.

Foto: Montaña de Cóbdar

Acampar en invierno

En esta época del año los días son más bien cortos. Te despistas y ya oscurece, así que normalmente uno pedalea hasta bien entrado el atardecer. El lugar de acampada depende de varios factores, de la estructura de la propiedad, de la facilidad de acceso, del tipo de cultivo y su estado, las preferencias personales, etc, etc. Pero un aspecto que para mi es importante es que sea un lugar discreto, abierto pero no muy visible. Pues bien, en el mes de enero, puesto que la tienda se planta durante el claroscuro crepuscular del ocaso, este factor se ve muy relajado y la acampada se puede hacer prácticamente en cualquier sitio que cumpla el resto de condiciones de funcionalidad, con tal de alejarse 100, 200 o 300 m de la carretera.

No sé si se puede extrapolar a otras épocas del año o a otras situaciones climatológicas, pero he podido constatar diferencias entre las zonas en que he acampado. Así, el interior de Murcia suele ser más bien seco y poco frío, hay un poco de humedad pero por la mañana la tienda está bastante seca. Con la excepción de Lorca, más cercano al mar, que sí que es húmedo y las temperaturas bajan más, y incluso escarcha un poco. En contraste, Almería, tanto en la costa como en el interior, es muy húmeda, la tienda siempre está completamente mojada, aunque las temperaturas no descienden demasiado (digamos por debajo de 4 o 5 grados).

Y después hay el interior de verdad, el de las tierras altas por encima de 700 o 800 m. Ahí la cosa cambia, y cambia mucho. Parece mentira lo rápido que descienden las temperaturas cuando se esconde el sol. Al establecer el lugar de acampada la temperatura puede ser de 4 g. 15 minutos después la tienda está lista, y la temperatura es de 2 g. 20 minutos después, en medio de la cena, ya estamos a 1 bajo cero, y la tienda empieza a escarcharse. Ante una situación así hay que ser diligente, no conviene entablarse en pensamientos o vacilaciones mientras se mira la luna. Se come un poco y ya está. Y respecto al whisky, es mucho mejor no beber nada, puesto que no hace ningún efecto, a esa temperatura es como agua y prácticamente no reconforta. Y lo que es peor, se gasta demasiado a prisa.

Entrar en la tienda cuesta un poco, las cremalleras no funcionan bien, pero con un poco de maña y mente fría se consigue cerrar las puertas. Al principio se escarcha la capa exterior de la tienda. Más tarde lo hace la parte interior, tanto por dentro como por fuera. Como la escarcha pesa un poco, la tienda va encogiendo, el hielo toca la cabeza y los pies de mi saco. Es como una pesadilla. A parte del saco, me recubro con la funda vivac, que no hace ningún daño. No pasa mucho tiempo y mi tienda es como un iglú, puesto que está recubierta de hielo. De hecho, se trata de un falso iglú, porque la temperatura puede bajar mucho bajo cero. Por la noche me despierto y la temperatura del iglú es de 6 bajo cero. Mientras, la funda vivac también ha endurecido, tiene capitas de hielo. Alucino que yo pueda estar calentito dentro del saco, pero así es. Entre el horror y el confort sólo hay una capita de 1 o 2 cm.

Por la mañana el panorama es desolador. La bici está toda blanquecina. Y la tienda está dura dura. Mi tienda quechua es como de cartón. Además, creo que no está preparada para estas situaciones. Es mejor no forzar las cremalleras, no se vayan a romper. Sacar los palos es una obra magna, requiere paciencia, concentración y tacto. La temperatura, unos 10 bajo cero, no ayuda a mostrarse relajado y paciente. Naturalmente, es muy recomendable realizar la operación con guantes gruesos y impermeables. Al final se pierde la paciencia, se fuerzan los palos, se rompen, etc. Una vez se ha conseguido extraer los palos, hay que empaquetarlos, separar los diferentes prismas. Una tarea normalmente trivial se convierte en una obra de artesanía. La única manera que ideé para separar los palos fue de frotar las uniones un ratito hasta que el hielo se deshacía un poco y cedía. Una vez se consigue realizar una separación, se pasa al siguiente nodo. Finalmente, hay que empaquetar la tienda de cartón. No puedo realizar más de 3 o 4 pliegues, con lo que queda un bulto considerable. Yo llevo una funda impermeable muy grande para proteger el sillín y parte de la bicicleta, así que meto el bulto dentro de la funda. Y ya está, como se puede se ata el voluminoso en la parte trasera, y listo para partir. En las fotos se pueden ver las diferentes fases.


En resumen, si normalmente el empaquetado matutino de la tienda, que requiere unos 15 minutos trabajando sin prisas, es la operación cotidiana que más pereza me da, cuando hay una escarchada fuerte hay que multiplicar por tres el tiempo y el esfuerzo dedicados. Se trata de un verdadero ritual, sin duda un ritual que fortalece el espíritu y marca un poco más la expresión del rostro. Hasta 4 días tuve que realizar esta operación. El primero te coge un poco desprevenido, la novedad y la ingenuidad combinan bien y divierten. El cuarto tienes muy claro que no te vas a librar de ninguna de las fases del ritual y por tanto te dedicas a cada una de ellas con conocimiento y esmero. Y como algunas cosas ya están superadas, puedes dedicar el cerebro a pensamientos más transcendentales y relativistas: Sería grave ir algún día al hostal? Me aburriría? Y cuanto puede valer pernoctar en un antro de estos? Pues no parece tan caro.

El último viaje

Es curiosa la relación que se establece entre una bicicleta y su propietario. Una bicicleta no es un ser vivo, pero puede resultar tan útil y simpática como una gallina o una oveja. De hecho, a quien más se parece es a un caballo o un burro. Cuando se va de viaje, no queda claro quien lleva a quien. Un buen día la bicicleta recibe un nombre, pasa a ocupar un lugar preferente en la casa, y siempre está allí, presumida, paciente, esperando a que la saques de viaje.

El tercer día, acercándome a Lorca, de pronto mi bicicleta Gavarresa empezó a comportarse de manera extraña. Todo vibraba, el pedalier hacía ruido, el cambio trasero funcionaba más mal que bien. Por dos veces la puse boca arriba para ver que pasaba: nada, ni las ruedas, ni los ejes, todo perfecto. Llegué a Lorca como pude, y realicé una inspección más tranquilamente. Tampoco veía nada, pero al final mis ojos se posaron en una raja diametral situada en el tubo que va del pedalier al eje trasero, cerca del pedalier. No me lo podía creer, el cuadro estaba roto. Ya había oído que esas cosas pasaban, pero estaba convencido que estaba relacionado con el mal uso, nunca pensé que eso le pasaría a mi bici. Realmente, yo pensaba que la única manera de romper una bici era llevarla a un precipicio y lanzarla hacia abajo. Como hemos llegado a este extremo? Habré hecho algo mal? No, yo soy positivo, antifatalista y fanfarrón (un tipo repelente, vaya), así que lejos de pensar que compré una bici de mala calidad, que la he tratado mal o que ha sido un golpe de mala suerte, pienso que la fatiga puede hasta con los materiales más resistentes y que mi pedegrí cicloviajero ha subido un escaloncito más.

Foto: Apaño que funcionó muy bien. orbea.croc

Pero bueno, la bici estaba grave y poca cosa podía hacer yo en un lugar de difícil manipulación sin quitar las bielas. En el taller de Lorca me atendieron muy bien. Les pedí si se podía hacer alguna chapuza para llegar al coche, que en dos días me podía plantar allí. Con una placa de acero y unas bridas realizaron una buena unión. Los que saben de estructuras metálicas dicen que si las uniones están bien hechas, la estructura nunca fallará por ahí. Así que, tras consultarlo con la almohada, pensé que esta situación no implicaba aventura ni riesgo alguno, por lo menos si se compara con casarse, educar hijos o montar una empresa. Vaya, que tenía el deber y la obligación de continuar tal como estaba planeado y darle el gustazo a Gavarresa de pegarse su último viaje. Y así fue. Yo estoy orgulloso de ella, y espero haberla correspondido con muchos viajes en estos más de 8 años que llevamos juntos.