domingo, 5 de febrero de 2012

Gavarresa en Almería

Con Gavarresa (mi bici), he hecho un viaje por Almería y provincias colindantes, y aquí explico cómo me ha ido. He hecho este viaje porque hacía más de dos meses que no viajaba, y como viajar en bici es para mí una necesidad básica que hay que satisfacer de tanto en tanto, pues ya me subía por las paredes y en casa estaba un poco inaguantable.

No tenía un especial interés en esta zona. A mí me vale cualquier lugar donde se practique mínimamente la agricultura tradicional, no demasiado mecanizada. Y por aquí seguro que algo hay, pensé. En realidad, yo que soy más bien friolero, mi objetivo principal era ir hacia el sur para ver si agarraba unos minutos de claridad (suceso seguro) y también unos grados centígrados (sólo probable). Así que, pensando que mi saco no daba la talla cuando me acercaba a 0 grados, me estiré un poco y adquirí un saco de competición, y para allí me fui.

Soy un artista de las excusas. Preferiría haber ido en tren, pero era complicadillo. Ir en coche es más cómodo, si éste consume poco como el mío sólo es un pelín más caro, y si además hay que hacerle varios km cada dos semanas porque si no se gasta la batería, pues ya queda completamente justificado.

Foto: Sax, punto de partida

La ruta

No planifico mucho. En relación a la media, diría que planifico más bien poco. Esto tiene un origen empírico: no soporto que nadie (ni yo mismo) me marque lo que tengo que hacer el día siguiente. Así que sobre un mapa y a partir de mi intuición elaboro una ruta orientativa, que posteriormente valido a partir de un cómputo aproximado de los km a recorrer. Más tarde, sobre el terreno, hago y deshago a mi antojo.
 
La idea era empezar en el interior de Alicante, después cruzar por el interior de Murcia hasta la costa de Almería, para irla reseguiendo y entretenerme un poco por el Cabo de Gata. Después iría hacia el interior de Almería, para ir volviendo por el interior, sin saber por donde, pero no muy adentro que igual hacía frío.

Resumo el itinerario final para que los del país reconozcan los lugares por los que he pasado:
21/01/2012:    Sax; Salinas; el Hondón; la Romana; la Algueña; Cantón; Abanilla
22/01/2012:    Fortuna; Archena; Mula; Pliego; el Berro
23/01/2012:    Sierra Espuña; Aledo; Lorca
24/01/2012:    Altobordo; Pulpí; San Juan de los Terreros; Villaricos; Garrucha; Mojácar; Agua de Enmedio
25/01/2012:    Sopalmo; Carboneras; Agua Amarga; Fernán Pérez; Rodalquilar; San José
26/01/2012:    Genoveses; Cabo de Gata; Ruescas; Níjar; Lucainena
27/01/2012:    Turrillas; Uleila del Campo; Cantoria
28/01/2012:    Partaloa; Oria; Cúllar Baza; Benamaurel
29/01/2012:    Las Almontaras; Fátima; Duda; la Losa; Santiago de la Espada
30/01/2012:    Las Juntas; Parolis; la Donar; Yeste; Casas del Pino; Letur
31/01/2012:    Socovos; Tazona; Calasparra; Cieza; el Boquerón
01/02/2012:    La Zarza; el Pinós; Elda; Sax

Tiempo seco y soleado

Debo reconocer que he tenido buen tiempo. Aunque los hombres del tiempo siempre nos recuerdan que esto del buen tiempo es relativo y que nunca llueve a gusto de todos, y por tanto se debe decir tiempo estable, que en nuestro caso suele coincidir con que el anticiclón se sitúa encima de las Azores, y se concreta en tiempo seco y soleado. Pero yo me encuentro dentro del grupo de afectados por el buen tiempo: me aburre, me resulta monótono, prefiero el tiempo nublado, mejor si es lluvioso. Hay que ver como castiga el sol en estas tierras del sur, en el mismísimo mes de enero. Me olvidé el sombrero en casa, y por suerte pude comprar otro. El sol me deja atontado, me impide pensar con un mínimo de claridad. Después digo tonterías a la gente, desaparece el más mínimo temple emocional, no sé contar el dinero en el supermercado, me olvido las cosas. Para mí, el sol es un pesado que se empeña en estar por encima de mí todo el santo día, y yo soy demasiado orgulloso para aceptarlo. Si en la última guerra me hubiese tocado luchar en el bando nacional, hubiese desertado, no por ideología, sino porque no aguanto más de un minuto cara al sol.

Últimamente me estoy aficionando a los paisajes áridos, y ya he hecho varias incursiones en la provincia de Teruel. Hay quien ve mucha belleza en estos paisajes. Yo reconozco que me cuestan un poco, he crecido y he sido educado en un lugar donde aridez quedaba automáticamente asociada a miseria, y esto cuesta de cambiar. Para mí, Murcia y Almería son países ciertamente áridos. Pero he de admitir que los paisajes áridos se muestran tal como son, simples y desnudos, no tienen nada que esconder, y se puede aprender mucho de ellos, yo el primero.

Así que una vez en Cabo de Gata, no me supuso ningún problema enfocar la mirada hacia el norte y darle la espalda al sol. Además, hay un factor añadido. Yo estoy anclado en el pasado, cuando los románticos de finales del siglo XIX mitificaban la montaña, donde habitaba el hombre puro, el pastor, mientras los del llano eran mercaderes con nariz afilada y campesinos pobres de espíritu. En realidad, la dialéctica se encontraba más bien entre el campo y la ciudad, y por eso yo hago mi película particular, mi distinción se realiza entre la costa, la extensión vacacional y pensionística de la ciudad (con discotecas y chiringuitos de todo tipo) y las tierras del interior, el mundo esencialmente rural. Claro que también distingo entre el regadío (con propietarios con cara de pocos amigos y muchos emigrantes acojonados) y el secano, donde habitan hombres y mujeres tenaces y sacrificados, enraizados en la tierra. Toda una teoría, que aunque sé que no es cierta, todavía no he podido verificar su falsedad, y me gusta que siga siendo la base con la que enfocar mis viajes.
 
Poco a poco me fui adentrando en el interior. Y no me defraudó. Ya a partir de Níjar todo era de un rural más amable y las carreteras eran muy tranquilas. Y a partir de Partaloa la atmósfera se fue haciendo más y más nítida. En Oria ya me sentía del todo confortable. En contrapartida, el ambiente se enfrió. Benamaurel me gustó mucho, y a partir de ahí traspasé uno de los lugares más bonitos en los que he estado nunca. Se trata de un plano inclinado con ondulaciones, situado entre el monte Javalcón y las sierras del norte. Es un terreno yesoso, poco fértil y más bien árido, pero de una belleza exquisita. Me lo hice venir bien para pasar la noche allá enmedio. Al día siguiente la visibilidad era inmejorable, y en la lejanía se divisaba una montaña muy singular: Monte Sagra, decía el mapa. Caramba, debería cruzar por ahí, debe ser muy bonito. Así que me pasé buena parte del día viendo el Monte Sagra por los cuatro costados, empezó a soplar un vientecillo bueno del norte, y el ambiente se enfrió todavía un poquito más. Luego vino la bajada del cañón del río Zumeta (que tiene poco que envidiar al río Tarn), y poco a poco fui de vuelta a las tierras bajas de Murcia, donde el ambiente volvió a caldearse y el sol volvió a pegar de valiente.
Foto: Monte Javalcón
Foto: Monte Sagra

El día a día

Mis viajes son muy simples. Son de una tal simplicidad que hay que ser un verdadero sinvergüenza, más que un desvergonzado, para contarlo.

Todo empieza por la mañana, después de haber dormido mucho. Que se entienda, no me considero gandul, sólo pienso que el despertador es uno de los peores enemigos de la salud. Pero en estas épocas del año se puede dormir lo que el cuerpo pide, y al mismo tiempo madrugar. Así que he podido observar la salida del sol a diario. Eso me hace sentir bien, dicen los muy entendidos que eso carga de energías positivas. En realidad, me siento bien porque me permite pensar que no soy un dormilón.

Después de una serie de actividades cotidianas, la tienda esta empaquetada y la bici cargada, lista para partir. Nunca desayuno entonces, tengo poca hambre y hace fresco. Es mejor pedalear un ratito sin comer para entrar en calor y quemar el exceso de calorías del día anterior, digamos una hora, quizás dos, a veces tres. Llego a un pueblo acogedor y me paro, ciertamente con hambre. Como bastante fuerte, pan con mantequilla, mermelada, queso y después unos yogures. Tras un paseo por el pueblo vuelvo a pedalear un ratito, parando de vez en cuando, un par de horas más, quizás tres. Con la broma han dado las dos y media, normalmente las tres del horario oficial.

Vuelvo a tener hambre. Si el pueblo es acogedor pienso que es el momento de hacer una ensalada completa. Para ello hay que encontrar un lugar para sentarse y una fuente. Hay veces que no encuentro fuente, o que existe fuente pero no da agua. Entonces me pongo de mal humor, y antes de empezar a decir pestes del pueblo, me voy para el siguiente.

Mi estrategia consiste en sentarme en la plaza del pueblo, si puede ser poco accesible a los coches pero concurrida por sus habitantes. Mi aspecto, con cara de cansado y el pelo enmarañado, no es precisamente muy risueño, pero tengo la esperanza de atraer al lugareño para charlar de cualquier cosa, banalidades. Este método, si bien da sus efectos, tampoco es del todo satisfactorio. Normalmente sólo se acercan a mi algunos chiquillos, para curiosear, y también algún abuelo, al que he usurpado el único banco con sombra. Claro que esto no debería extrañarme, puesto que en casa siempre me dicen que soy como un niño con esto de la bici; excepto cuando me quejo un poco, entonces soy un cascarrabias, como un viejo. Pero esto de comer de lo que llevo es tan sólo mi ideal. Después llegan los días que llueve, que hace frío, y yo soy un fundamentalista muy flojucho, un vegetariano al que le tienta la carne, y también entro en bares y restaurantes. A veces, incluso constato que se come bien.

Tras la comida llega el mejor momento del día. El sol está bastante bajo, no molesta, el aire es fresco, y yo ya no observo el paisaje desde una perspectiva poética, lo observo de un modo mucho más materialista. Viendo como es el territorio que voy a atravesar, tengo que pensar cual será el mejor sitio para acampar: Arriba en el collado? Abajo en el valle? Ya iremos viendo.

Una vez la tienda está montada, no queda mucha luz. Yo ya tengo una edad, y siempre llevo conmigo una silla trípode que me permite relajar las piernas mientras paso el rato. Como no hace mucho tiempo que he comido, y total, por lo que he trabajado durante el día, mi cena consiste en unas avellanas o un trozo de pan con queso. Pero eso cuesta de pasar, y no hay nada mejor que un vaso de vino, que además me hidrata del sol recibido a lo largo del día. Unas galletas se comen sin hambre, pero se necesita otro vaso de vino. Después hay que tomar el postre. Yo siempre llevo alguna golosina, un poco de chocolate negro. Para eso va muy bien tomar algo de licor, maceración de hierbas o de bayas. En este viaje, con la proximidad de la navidad, vi en casa una botellita de whisky extraviada que puse a buen recaudo dentro de las alforjas. Un vasito reconforta el organismo y, ni que decir tiene, también el espíritu. Así va pasando el tiempo, es noche cerrada pero nunca son más de las ocho de la tarde, y uno piensa en lo bonito que es vivir y todas esas cosas. De repente viene como un escalofrío. Uno lleva encima toda la ropa de que dispone, y aunque no hace un frío glacial, hay un poco de humedad y empieza a calar. Entonces, antes de entrar a la tienda, es preferible tomar otro vasito de licor, va mucho mejor.

Una vez dentro del saco leo un poco, enciendo el teléfono un minuto: todo bien, sí sí, no, no hace frío. Y a dormir un buen rato.

Foto: Descanso en Yeste

El pensionista

En el Cabo de Gata me he topado con muchos pensionistas del norte, ingleses, daneses, franceses, etc. No me sorprende nada, el tiempo seco y soleado, sin apenas viento, en pleno invierno, es un fuerte reclamo. Yo mismo he ido hacia el sur. Para las poblaciones bienestantes, realizar este tipo de emigración es del todo natural, y por tanto legítimo.

De estos pensionistas, a mí me interesa uno en concreto. Se trata del que viaja en caravana, normalmente en pareja y con dos bicicletas en la parte trasera. En realidad, tenemos una actitud vital muy parecida, hemos decidido invertir buena parte del tiempo que nos queda viajando con la casa a cuestas. Frecuentemente nuestros pensamientos están enfocados a encontrar un lugar tranquilo y agradable para pasar el día o la noche. Cuando nos encontramos, la complicidad mutua es manifiesta, mucho más que con la mayoría de ciclistas que me encuentro. Realmente este tipo de jubilado y yo nos parecemos mucho, aunque hay unas ligeras diferencias: donde dice caravana superequipada con cocina y calefacción (los geranios son un plus), debe decir bicicleta equipada (a secas); donde dice pensión, ha de decir bolsa de ahorros en franco declive; y donde dice viajar en pareja, es mejor no decir nada.


La postal

He estado en lugares bonitos, otros más vulgares. Pero la postal del viaje, la imagen que realmente me ha impactado, es de esas que desprenden carácter. Se trata de la montaña de Cóbdar, realizada artesanalmente a fuerza de años con el esfuerzo de los habitantes de ese pueblo.

Foto: Montaña de Cóbdar

Acampar en invierno

En esta época del año los días son más bien cortos. Te despistas y ya oscurece, así que normalmente uno pedalea hasta bien entrado el atardecer. El lugar de acampada depende de varios factores, de la estructura de la propiedad, de la facilidad de acceso, del tipo de cultivo y su estado, las preferencias personales, etc, etc. Pero un aspecto que para mi es importante es que sea un lugar discreto, abierto pero no muy visible. Pues bien, en el mes de enero, puesto que la tienda se planta durante el claroscuro crepuscular del ocaso, este factor se ve muy relajado y la acampada se puede hacer prácticamente en cualquier sitio que cumpla el resto de condiciones de funcionalidad, con tal de alejarse 100, 200 o 300 m de la carretera.

No sé si se puede extrapolar a otras épocas del año o a otras situaciones climatológicas, pero he podido constatar diferencias entre las zonas en que he acampado. Así, el interior de Murcia suele ser más bien seco y poco frío, hay un poco de humedad pero por la mañana la tienda está bastante seca. Con la excepción de Lorca, más cercano al mar, que sí que es húmedo y las temperaturas bajan más, y incluso escarcha un poco. En contraste, Almería, tanto en la costa como en el interior, es muy húmeda, la tienda siempre está completamente mojada, aunque las temperaturas no descienden demasiado (digamos por debajo de 4 o 5 grados).

Y después hay el interior de verdad, el de las tierras altas por encima de 700 o 800 m. Ahí la cosa cambia, y cambia mucho. Parece mentira lo rápido que descienden las temperaturas cuando se esconde el sol. Al establecer el lugar de acampada la temperatura puede ser de 4 g. 15 minutos después la tienda está lista, y la temperatura es de 2 g. 20 minutos después, en medio de la cena, ya estamos a 1 bajo cero, y la tienda empieza a escarcharse. Ante una situación así hay que ser diligente, no conviene entablarse en pensamientos o vacilaciones mientras se mira la luna. Se come un poco y ya está. Y respecto al whisky, es mucho mejor no beber nada, puesto que no hace ningún efecto, a esa temperatura es como agua y prácticamente no reconforta. Y lo que es peor, se gasta demasiado a prisa.

Entrar en la tienda cuesta un poco, las cremalleras no funcionan bien, pero con un poco de maña y mente fría se consigue cerrar las puertas. Al principio se escarcha la capa exterior de la tienda. Más tarde lo hace la parte interior, tanto por dentro como por fuera. Como la escarcha pesa un poco, la tienda va encogiendo, el hielo toca la cabeza y los pies de mi saco. Es como una pesadilla. A parte del saco, me recubro con la funda vivac, que no hace ningún daño. No pasa mucho tiempo y mi tienda es como un iglú, puesto que está recubierta de hielo. De hecho, se trata de un falso iglú, porque la temperatura puede bajar mucho bajo cero. Por la noche me despierto y la temperatura del iglú es de 6 bajo cero. Mientras, la funda vivac también ha endurecido, tiene capitas de hielo. Alucino que yo pueda estar calentito dentro del saco, pero así es. Entre el horror y el confort sólo hay una capita de 1 o 2 cm.

Por la mañana el panorama es desolador. La bici está toda blanquecina. Y la tienda está dura dura. Mi tienda quechua es como de cartón. Además, creo que no está preparada para estas situaciones. Es mejor no forzar las cremalleras, no se vayan a romper. Sacar los palos es una obra magna, requiere paciencia, concentración y tacto. La temperatura, unos 10 bajo cero, no ayuda a mostrarse relajado y paciente. Naturalmente, es muy recomendable realizar la operación con guantes gruesos y impermeables. Al final se pierde la paciencia, se fuerzan los palos, se rompen, etc. Una vez se ha conseguido extraer los palos, hay que empaquetarlos, separar los diferentes prismas. Una tarea normalmente trivial se convierte en una obra de artesanía. La única manera que ideé para separar los palos fue de frotar las uniones un ratito hasta que el hielo se deshacía un poco y cedía. Una vez se consigue realizar una separación, se pasa al siguiente nodo. Finalmente, hay que empaquetar la tienda de cartón. No puedo realizar más de 3 o 4 pliegues, con lo que queda un bulto considerable. Yo llevo una funda impermeable muy grande para proteger el sillín y parte de la bicicleta, así que meto el bulto dentro de la funda. Y ya está, como se puede se ata el voluminoso en la parte trasera, y listo para partir. En las fotos se pueden ver las diferentes fases.


En resumen, si normalmente el empaquetado matutino de la tienda, que requiere unos 15 minutos trabajando sin prisas, es la operación cotidiana que más pereza me da, cuando hay una escarchada fuerte hay que multiplicar por tres el tiempo y el esfuerzo dedicados. Se trata de un verdadero ritual, sin duda un ritual que fortalece el espíritu y marca un poco más la expresión del rostro. Hasta 4 días tuve que realizar esta operación. El primero te coge un poco desprevenido, la novedad y la ingenuidad combinan bien y divierten. El cuarto tienes muy claro que no te vas a librar de ninguna de las fases del ritual y por tanto te dedicas a cada una de ellas con conocimiento y esmero. Y como algunas cosas ya están superadas, puedes dedicar el cerebro a pensamientos más transcendentales y relativistas: Sería grave ir algún día al hostal? Me aburriría? Y cuanto puede valer pernoctar en un antro de estos? Pues no parece tan caro.

El último viaje

Es curiosa la relación que se establece entre una bicicleta y su propietario. Una bicicleta no es un ser vivo, pero puede resultar tan útil y simpática como una gallina o una oveja. De hecho, a quien más se parece es a un caballo o un burro. Cuando se va de viaje, no queda claro quien lleva a quien. Un buen día la bicicleta recibe un nombre, pasa a ocupar un lugar preferente en la casa, y siempre está allí, presumida, paciente, esperando a que la saques de viaje.

El tercer día, acercándome a Lorca, de pronto mi bicicleta Gavarresa empezó a comportarse de manera extraña. Todo vibraba, el pedalier hacía ruido, el cambio trasero funcionaba más mal que bien. Por dos veces la puse boca arriba para ver que pasaba: nada, ni las ruedas, ni los ejes, todo perfecto. Llegué a Lorca como pude, y realicé una inspección más tranquilamente. Tampoco veía nada, pero al final mis ojos se posaron en una raja diametral situada en el tubo que va del pedalier al eje trasero, cerca del pedalier. No me lo podía creer, el cuadro estaba roto. Ya había oído que esas cosas pasaban, pero estaba convencido que estaba relacionado con el mal uso, nunca pensé que eso le pasaría a mi bici. Realmente, yo pensaba que la única manera de romper una bici era llevarla a un precipicio y lanzarla hacia abajo. Como hemos llegado a este extremo? Habré hecho algo mal? No, yo soy positivo, antifatalista y fanfarrón (un tipo repelente, vaya), así que lejos de pensar que compré una bici de mala calidad, que la he tratado mal o que ha sido un golpe de mala suerte, pienso que la fatiga puede hasta con los materiales más resistentes y que mi pedegrí cicloviajero ha subido un escaloncito más.

Foto: Apaño que funcionó muy bien. orbea.croc

Pero bueno, la bici estaba grave y poca cosa podía hacer yo en un lugar de difícil manipulación sin quitar las bielas. En el taller de Lorca me atendieron muy bien. Les pedí si se podía hacer alguna chapuza para llegar al coche, que en dos días me podía plantar allí. Con una placa de acero y unas bridas realizaron una buena unión. Los que saben de estructuras metálicas dicen que si las uniones están bien hechas, la estructura nunca fallará por ahí. Así que, tras consultarlo con la almohada, pensé que esta situación no implicaba aventura ni riesgo alguno, por lo menos si se compara con casarse, educar hijos o montar una empresa. Vaya, que tenía el deber y la obligación de continuar tal como estaba planeado y darle el gustazo a Gavarresa de pegarse su último viaje. Y así fue. Yo estoy orgulloso de ella, y espero haberla correspondido con muchos viajes en estos más de 8 años que llevamos juntos.