jueves, 1 de marzo de 2012

La propiedad terrenal

Hubo un tiempo en que creía que mi misión en la vida era enraizar. Esto se traducía, entre otras cosas, en poseer una casita. Como a mí únicamente me gustan las casas con huerto o con posibilidad de construirlo, la cosa se encarecía todavía más. Había que llegar a una deuda con el banco, y intuía que eso me llevaría a tener que ser más dócil con los jefes, los clientes, con prácticamente todo el mundo. El asunto me angustiaba un poco, pero tampoco me quitaba el sueño, ya que considero que estar convenientemente domesticado es un elemento básico para ser feliz. El problema principal estaba en eso del enraizamiento, en afirmar donde quería habitar por mucho tiempo, equivalía a comprometerme y afirmar quien era yo. Me vino vértigo.


Así pues, mi pasión por viajar en bici nace de un miedo (el miedo al compromiso). Y por más que viajo, ese miedo no se me quita, al contrario, se intensifica. Se trata de una batalla perdida, y no hay que darle más vueltas. Lo que sucede es que el hecho de no poseer tierra, una finca, me produce un gran vacío en mi interior. Hay una tipo de mentalidad que dice que hay que poseer poco para que los demás puedan poseer su parcela. También se dice que lo importante es poseer el reino de los cielos. Habladurías, cuentos chinos. Yo tengo un gran impulso interior que me lleva a poseer tierra, tal cual hacían los burgueses y nuevos ricos para parecer aristócratas. A medida que poseo más y más tierra, el mundo es un poquito más mío. Y eso me llena, así estoy contento. Tampoco necesito toda la tierra, sólo necesito pequeñas fincas, a medida que las necesito para descansar por la noche.


Por eso, yo, cuando acampo en un campo, éste ha estado previamente seleccionado (dentro de las posibilidades), y una vez dentro me lo miro con ojos de propietario. Si considero que el campo no está bien llevado, critico y riño simbólicamente al propietario legal y le digo que es un dejado, un desastre y que no es merecedor de ese estatus. Si considero que el campo es bueno, rendible, integrado en el entorno y además resulta cómodo para acampar, pienso que el propietario es una gran persona.


Yo considero que la propiedad pública no tiene demasiado futuro. Soy de los que piensan que las cosas se cuidan y se aprovechan más si te pertenecen. En el caso que nos ocupa, existe un propietario o usuario de día, que trabaja la tierra, aplica ciertas técnicas y espera sus frutos. Y existe un propietario nocturno, ocasional, discreto y agradecido. Este último propietario deja la tierra prácticamente como la ha encontrado, y no es celoso de su propiedad, no le importa compartir. De hecho, al día siguiente podría venir otro campista y entrar a formar parte de la comunidad de propietarios.


Alguna vez, aunque muy infrecuentemente, a primera hora de la mañana coinciden la parte legal y la parte romántica de la propiedad. Se conocen y se reconocen. La sorpresa es manifiesta, aunque por una parte mucho más que por la otra. El propietario legal, al principio un poco inseguro, se preocupa en dejar clara su condición: yo soy el propietario de esta tierra. Mientras dice esto se crece un poco, diría que hasta levita, y su rostro enrojece, emocionado por lo que acaba de decir. Entonces, antes de que le aparezca la primera lágrima, hay que actuar rápido. Este campo es precioso, el mejor que encontré, y se duerme muy bien, que yo digo. Esto gratifica enormemente al propietario, le viene a decir que un forastero, una persona imparcial, ha preferido su finca a la de sus vecinos. Uno de fuera le está diciendo que él es un buen propietario.


Lo que pasa es que yo no soy imparcial. Desde el momento que he acampado esa noche, ese campo también me pertenece. Aunque el propietario legal no lo sabe, somos socios de por vida.



Cerca de la Morera de Montsant



Cerca de la Palma d'Ebre

1 comentario:

  1. Me ha encantado lo que cuentas y como lo cuentas (y tomo nota de los apuntes filosóficos ;)

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